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"De feminismo antiespecista"



Todas somos animalas. Si el antiespecismo aboga por la igualdad de las especies, es decir, asume y considera que todas las especies, incluida la humana, merecemos el mismo grado de respeto por existir, entonces ¿por qué consumir a otras y otros? Según Fata Morgana (2018), el feminismo que es antiespecista reconoce que “la lucha por la liberación de las mujeres no puede ser consumada pisando los derechos de otras especies”, de no ser así, la lucha se promulga en los términos del patriarcado mismo. Entonces, existe o no, una relación entre abogar y luchar por las libertades y derechos que a las hembras humanas nos han arrebatado, y servir en nuestro plato productos cárnicos, vestir pieles, ducharnos con productos que contienen grasas, sabiendo que son producidos de formas crueles y despiadadas.

La industria de la carne, por ejemplo, esclaviza de 90 a 300 hembras por establecimiento, y existen cerca de 133 millones de estos que producen leche. Esto tan solo en Reino Unido y EUA. Sí, las hembras son las más explotadas y consumidas, por su capacidad reproductiva y láctica. Y poco se discute que detrás de un vaso de leche se contiene la usura de las cuerpas y la muerte de sus crías. Y esto no es todo, 7 por ciento del territorio de la Tierra es utilizado para cultivar el alimento para ellas, algo así como mil millones de hectáreas. Desde el feminismo reconocemos que las experiencias y vivencias de las demás son distintas y diversas, y resulta insuficiente asumir que todas podemos tomar las mismas decisiones. Las hembras de otras especies no tienen voz pero huyen de los espacios donde están encerradas, se lanzan de los camiones de transporte, persiguen los autos donde llevan a sus crías, tienen formas de actuar ante su esclavitud. Sin embargo, en la producción cárnica no solo las hembras no humanas son esclavizadas, también los territorios son invadidos y deteriorados por los grandes capitales. Y en estas circunstancias millones de hembras enfrentan la violencia de contextos precarios sin diversidad de alimentos que nos somete a productos específicos que no nutren y enferman, se incita a los desplazamientos forzados y se despoja a la naturaleza de sus propios procesos de sustento y reproducción vegetal.

Todas somos animalas pero nuestras vivencias son atravesadas de formas diferenciadas por factores individuales y colectivos, pero todas somos sometidas al consumo y el capitalismo. Y ahí cabe la reflexión personal e íntima que nos permita ver nuestro entorno como espacios configurados desde el orden patriarcal. Esto es visible en la disposición de alimentos, el acceso al agua, el cemento mismo, las bardas y las fronteras. Las madres que hacen madrigueras y nidos, cada vez viajan más y logran menos encontrar un espacio seguro. Las hembras encerradas en criaderos, inseminadas artificialmente y a la fuerza, para ser separadas de sus crías al final del embarazo. Y aquellas usadas para generar “las razas puras” que se venden bien en las veterinarias y tiendas. Todas ellas, sujetas a la comercialización de su capacidad reproductiva. Tal vez como humanas podríamos parecer más libres, más reconocidas, pero no, somos parte del mismo orden. La liberación comienza en reflexionar nuestro papel en la opresión de las otras y tomar las acciones posibles en nuestra cotidianidad.

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