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LA EXISTENCIA LÉSBICA ES FEMINISTA, QUE EL LGTB NO TE ENGAÑE. Por: Silly Sally


Cuando una mujer se concibe a sí misma como lesbiana por primera vez, comienza un proceso de búsqueda de respuestas sobre qué significa ese ser lesbiana. A menos que esta concepción haya llegado a través del feminismo, en ese caso la existencia lesbiana es la respuesta en sí misma.


En la gran variedad de casos en los que no llegamos a considerarnos lesbianas principalmente por un análisis feminista, esas búsquedas de respuestas hacen que nos acerquemos a las narrativas sobre el ser lesbiana que nos han dado, siendo que las más accesibles serán las que mejor haya acomodado el sistema, nos encontramos primero con las más patriarcales.


La narrativa que imperaba en el sistema de nuestras culturas hasta hace poco era la flagrantemente patriarcal, la que venía de la mano de las religiones dominantes, esa que demonizaba o hacía completamente tabú la existencia lésbica. La mayoría de las mujeres al concebirse lesbianas han rechazado esta narrativa, pues es anuladora de su ser libre, de algo tan enriquecedor como el amor que encontraban en otras mujeres, de lo que de reconocerse sujeto a la otra y a una misma tiene este acontecimiento. La narrativa tradicional del patriarcado buscaba generar un auto-odio paralizante, pero ha sido enfrentada por las lesbianas generando una rebeldía que llegó a ser peligrosa para el sistema.

Desde hace unas pocas décadas en la cultura “mainstream” también se hace accesible cada vez en más ámbitos una nueva narrativa para entender el fenómeno de la existencia lésbica: la LGTB. Las mujeres que nos hemos concebido lesbianas podemos acoger esta narrativa con más facilidad, pero muchas de nosotras sentimos que, aunque nos den una imagen de nosotras mismas menos autodestructiva, nos están alienando. Por un lado esta narrativa, abrazándose a la creación de los sexólogos misóginos del mito de la orientación sexual, nos concibe como una excepción a la norma de la naturaleza, que es la heterosexualidad, alejándonos así además del resto de las mujeres, haciéndonos un grupo completamente distinto y sin acceso a su vivencia o de ellas a la nuestra. Por otro, sigue sin dar un valor positivo a la existencia lesbiana, reduciéndola a algo que nos pasa contra nuestra voluntad, creando una nueva esencia que nos concibe sin agencia (capacidad de acción libre) cuando, en contraposición a los discursos que afirman que las acciones que promueve el patriarcado son una “libre elección”, el acto de posicionarse de cualquier manera como lesbiana implica siempre un movimiento contrario al condicionamiento patriarcal, un acto de autenticidad. Y además, al reducir la vivencia lésbica a una mera atracción o acto sexual, se está dejando por el camino factores que tienen si no tanta más relevancia en nuestra existencia lesbiana como son nuestras relaciones emocionales y nuestro posicionamiento político como lesbianas. Todo esto sirve para mantener a la mayoría de las mujeres, que por el condicionamiento de la heterosexualidad obligatoria sumada a esta narrativa jamás se concebirán como lesbianas, fieles a los requerimientos del sistema patriarcal. Mientras que a las que sí nos hemos concebido lesbianas consigue despolitizarnos, hacer que olvidemos el valor real de las mujeres que la relación lésbica pone de manifiesto para reducirlas/nos a un objeto/sujeto de deseo exclusivamente, haciendo que ya no seamos una amenaza para el sistema, pues que unas pocas ejerzamos como sujeto en las relaciones sexuales exclusivamente no pone en peligro su modelo en el que el hombre es sujeto de todo y la mujer meramente objeto.

Cuando nos introducimos en las narrativas del movimiento LGTB no estamos entrando en una cosmovisión muy contraria o alejada de los valores patriarcales, sino más bien de esas idiosincrasias religiosa que han regulado con más rigidez la institución de la heterosexualidad obligatoria. Esto significa que las ideas que el movimiento LGTB promueve sobre qué es ser lesbiana siguen siendo parte de un discurso patriarcal que sirve, finalmente, para perpetuar esa opresión de las mujeres de la que depende este sistema.

Desde un análisis feminista podemos apreciar que el mandato de la heterosexualidad obligatoria no ha sido establecido siempre en la misma medida y que a veces ni siquiera se ha aplicado. Un caso histórico bien conocido es el de la Grecia antigua, en el que las relaciones de muchos ámbitos entre personas del mismo sexo estaban permitidas socialmente y la única institución necesaria para regular la relación entre dos de las mujeres con los hombres era la del matrimonio, ligado al perfeccionamiento de esa familia nuclear que proporciona hijos al patriarca. Es por eso que algunas teóricas hablan de heteropatriarcado para referirse a el sistema de opresiones en el que estamos situadas, ya que este sistema patriarcal refinado ha erigido una nueva institución además de la que justifica culturalmente la dominación de una casta sexual sobre la otra (el género): la institución que ata culturalmente el destino vital y el placer de una casta sexual con la otra (la heterosexualidad obligatoria). La narrativa LGTB parece a primera vista ser más liberadora de la heterosexualidad obligatoria que la patriarcal tradicional, sin embargo el feminismo nos hace darnos cuenta de que podría ir en la dirección contraria. Dejando atrás discursos que para muchas están obsoletos, como los basados en las instituciones religiosas, ahora parecería más fácil mantener un gran número de instituciones patriarcales amenazadas por la toma de conciencia de las mujeres.


Instituciones como el matrimonio que eran atacadas por el movimiento de las mujeres ahora se refuerzan con la petición LGTB del “matrimonio igualitario”. El modo relacional patriarcal sigue siendo la medida del mundo, ya que se naturaliza como “la orientación sexual común”, haciendo entender que las mujeres se sienten naturalmente atraídas por sus opresores y las actitudes de dominación que estos ejercen, y que las relaciones humanas están condicionadas de por vida por un supuesto deseo natural e inalterable, que las mujeres estamos naturalmente atadas a nuestros opresores y sólo ellos nos pueden ofrecer la felicidad de una “relación plena” que empieza y acaba con el deseo sexual y la instauración de la familia nuclear. Esto es, como denunciaba Carla Lonzi, unir artificialmente la sexualidad a la reproducción. Una reproducción que es uno de los principales productos que busca extraer de nosotras el patriarcado.

También encontramos en las narrativas LGTB discursos que borran o ponen en peligro la existencia lesbiana en base a fomentar una heterosexualidad obligatoria flagrante a través del género. Aquí es donde entra la T, que hace cada vez más mujeres que se han opuesto a una de las instituciones base de nuestra opresión como es el género ahora pasen a abrazarlo y a reforzarlo, diciéndose hombres por rechazar ese constructo que es la feminidad y volviendo a las exigencias de la heterosexualidad obligatoria desde su amor hacia las mujeres.

Este pasado 17 de Mayo se celebraba el día internacional contra “la homofobia, la bifobia y la transfobia”, dejando claro el completo borrado de las existencia lésbica que ha sido reducida en el movimiento LGTB a una atracción sexual esencial análoga a las que supuestamente sienten los hombres gays, borrando todas las diferencias fundamentales de la vivencia entre gays y lesbianas.

Estos hombres gays han sido perseguidos y atacados por las instituciones religiosas al igual que nosotras, pero una vez estas instituciones pierden hegemonía, son hombres, operando en un patriarcado, tienen una gran ristra de privilegios, aunque no tengan una mujer privada para ellos mediante el contrato del matrimonio, ya vemos como desde el propio movimiento buscan conseguir lo que primordialmente se requiere de nosotras: esa capacidad reproductiva. Al movimiento LGTB no le importa la opresión de las mujeres y, por tanto, ha anulado las participación de las lesbianas en sus colectivos y ha invisibilizado los temas que ellas han problematizado. Como bien explica Sheila Jeffreys en su libro La Herejía Lesbiana, el movimiento de liberación gay y lésbico fue fundado al igual por mujeres que por hombres, sin embargo, con la inclusión de estos movimientos en la sociedad, los hombres adoptaron discursos que les beneficiaban en su ascenso en el patriarcado como el de las orientaciones sexuales, mientras que las mujeres, la mayoría feministas, se fueron alienando y marchando del movimiento, pues los hombres las usaban la socialización les había enseñado: de criadas y cuidadoras. Por esto, en la actualidad el movimiento LGTB no tiene una visión que parta de las lesbianas y en fusión con el patriarcado se ha quedado en el ámbito de la sexualidad reivindicando instrumentos del sistema de dominación de los hombres como el BDSM. El único discurso en el que las mujeres lesbianas nos hemos sentido reflejadas y comprendidas plenamente es el en feminista; un discurso que partía de nuestra experiencia de poder dar(nos) un valor a las mujeres que va en contra de todo condicionamiento del patriarcado; uno que reconocía nuestra búsqueda de libertad en el hecho de salir de los mandatos de género y en el de decidir el arriesgado intento de hacer una vida con las mujeres que amamos; un discurso que mostraba nuestra soledad y nuestras dificultades como consecuencia de un sistema de opresión bien tejido para subordinar a las mujeres. El movimiento feminista en su conjunto no siempre ha representado a las lesbianas o nos ha dejado el espacio que merecemos, sin embargo las mujeres lesbianas siempre han formado parte del feminismo y nuestras experiencias son en gran parte puramente feministas, pues son un acto de ser libremente mujeres yendo en contra de todo el sistema patriarcal. El feminismo, como ignoraba Amelia Valcárcel en su último libro al ser preguntada qué tienen que ver feminismo y lesbianismo (sic), ha sido hecho por una gran cantidad de mujeres lesbianas y en sí mismo forma parte en gran medida del continuum lésbico del que hablaba Adrienne Rich, al ser la reivindicación y la puesta en práctica del amor de las mujeres hacia las mujeres y hacia nosotras mismas como mujeres.

La existencia lésbica no puede ser entendida sólo desde el plano sexual, ya sea llamándola “desviación de las normas” porque eso sería anular su plano emocional, de ver como sujeto a la otra y generar una relación con ella, y su plano político, de lucha contra un sistema que ha subordinado a la mujer hasta el punto de hacerla creer que ama o tiene que convivir con su propia opresión y quien la ejerce. Este texto es un llamado a recordar nuestra genealogía feminista y una pequeña brújula para las mujeres que se preguntan por su ser lesbiana entre todo este caos.

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